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domingo, 19 de abril de 2009

HOW THIS WILL END


[...] ¿Qué es lo que define a la pasión, cuál es la característica sustancial que nos hace reconocerla? ¿Tal vez un ingrediente sexual desenfrenado? Pues no, porque existen las pasiones platónicas, los amores galantes de los trovadores, la Beatriz de Dante. Más bien se diría que la esencia de los pasional es la enajenación que produce: el enamorado sale de sí mismo y se pierde en el otro, o por mejor decir en lo que imagina del otro. Porque la pasión, y éste es el segundo rasgo fundamental, es una especie de ensueño que se deteriora en contacto con la realidad. Tal vez sea por eso por lo que, tercera condición, la pasión parece exigir siempre su frustración, la imposibilidad de cumplimiento. Como decía el ensayista suizo Denis de Rougemont en
El amor en Occidente, "el amor feliz no tiene historia, sólo el amor amenazado es novelesco". Por supuesto: las perdices siempre se comen fuera del libro, una vez terminado el cuento. Y añade Rougemont que los poetas cantan al amor como si se tratara de la verdadera vida, "pero esa vida verdadera es la vida imposible" [...]





[...] Pero la plenitud es un espejismo y los humanos somos seres precarios y pequeños. Incluso los llamados grandes hombres (entre los que hubo también muchas mujeres grandes) suelen tener unas vidas sentimentales desastrosas en cuanto te enteras del detalles. El mismo Freud vivió una situación doméstica un tanto ambigua, habitando bajo el mismo techo con su mujer y con la hermana de ésta. El pobre Kafka dejó un hermoso y estremecedor estudio de la pasión frustrada en la copiosa correspondencia que mantuvo con sus dos amadas, primero Felice y luego Milena. En su juventud, con la dentona, sólida y sensata Felice, el escritor se permite encendidas efusiones: "¡Cómo te quiero, Dios mío!". Pero después de que se acostaran por primera vez en Marienbad (y de que todo saliera mal, porque Kafka estaba paralizado por el miedo a la impotencia) anotó en su diario este párrafo patético: "Las penalidades de la vida en común. Impuestas por la extrañeza, la compasión, la lascivia, la cobardía, la vanidad; y, sepultado en las profundidades, tal vez un parvo riachuelo digno de ser llamado amor, inaccesible al que lo busca y que no lanza sino un fugaz destello". Claro que también hay alguna historia que, mirada de cerca, se descubre conmovedoramente bella. Como la relación de Mark Twain con su esposa Olivia, con la que vivió treinta y tres años. A la muerte de ella, Twain escribió en su memoria un tierno y divertido librito, titulado Diario de Adán y Eva, que trata sobre la primera pareja de la Creación. La obra termina con unas palabras dichas por Adán que Twain inscribió en la tumba de Olivia: "Allá donde Eva estuviese, era el Paraíso". Pero me parece que esta historia de Mark Twain y de Olivia es justamente lo contrario de la pasión amorosa. Porque es una relación auténtica entre dos personas, una convivencia construida con trabajoso esfuerzo día tras día y sin duda plagada de altibajos y de carencias, con momentos de desdén y aburrimiento, como siempre sucede en lo real. Mientras que la pasión permanece enquistada en lo imaginario, es una fantasía, una alucinación en la que la persona amada no es más que una excusa que nos buscamos para alcanzar la emoción extrema del enamoramiento. En realidad importa muy poco a quién queremos: por eso podemos volver a repetir una y otra vez el mismo paroxismo. Como dice san Agustín, lo que el enamorado ama es el amor. Una droga muy bella, desde luego; pero la vida auténtica y menuda empieza justamente donde el cuento acaba. Más allá del colorín colorado y de las perdices.


2 comentarios :

  1. J.M. Ojeda dijo...

    Me deje caer por su blog, por estas casualidades de la técnica, con prisa le di un vistazo.
    Lo que vi. ¡Me gusto… Prometo volver, ¡Con su permiso naturalmente!
    Saludos cordiales.
    J.M. Ojeda.

  2. Anónimo dijo...

    lo acabo de leer.......... sta fuerte